Gabriel Carrasco Hurtado
Pasando
por el mismísimo interior del Vicente Calderón uno recuerda con cierta nostalgia
el paso obligado de la M30 por debajo de las últimas gradas que quedan por
derrumbar…
Son
trazas desdibujadas del acceso a Madrid como el vetusto Puente de Toledo que fue
durante doscientos años también puente de Andalucía.
Atrás quedaba
la secular forma de acceder a la Villa y Corte por los propios vados que dejaba
el rio Manzanares; los andaluces accedíamos a Madrid concretamente por el Vado
de Santa Catalina –del Manzanares, por su bajo caudal, siempre se dijo que era
navegable en coche y a caballo- .
El Vado
de Santa Catalina estaba justo por debajo de la Plaza de Legazpi.
Tras
infructuosos proyectos se construye el actual Puente de Toledo entre 1715 y 1732.
Es el segundo puente sobre el Manzanares seguido del de Segovia, aguas arriba.
Con este
sólido puente ya se pudo hacer un primer trazado (s XIX) de la carretera de
Andalucía. Esta partía de la Puerta del Sol, bajaba por la calle Carretas, la
calle Concepción Gerónima y la calle de Toledo hasta el puente.
Tanto
desde el Vado de Santa Catalina como desde el Puente de Toledo se llegaba a la
actual calle de Antonio López y por la Avenida de Cordoba desembocaba en la
Avenida de Andalucía, la carretera de Andalucía de toda la vida que salía por
Villaverde Bajo y San Cristóbal de los Angeles.
El siglo
XX trajo otros puentes como el de la Princesa, hoy renovado Puente de Andalucía,
que se construyó justo encima del Vado de Santa Catalina. También el de Praga,
entre este y el de Toledo.
El de
Praga, como entrada desde Andalucía, fue el sustituto natural del viejo Puente
de Toledo tras un aparatoso accidente de tranvía a mediados del s. XX.
El puente
de Toledo fue proyectado por el gran Pedro de Ribera, discípulo y seguidor
infatigable de Benito de Churriguera.
En medio están
las estatuas de San Isidro y su esposa María Toribia (Santa María de la
Cabeza).