Original de los "Apuntes
biográficos de D. Narciso Hebrar y Fernández,
individuo del ilustre Colegio de farmacéuticos
de Madrid".
Real Academia
Nacional de Farmacia de Madrid.
Concluimos hoy una cuarta y última
entrega de esta fascinante biografía, podríamos decir historia, donde este
noble caballero castellano, Don Narciso Hebrard recala en Las Navas de San
Juan, después de una vida de avatares. Pero ahí no acaba su singladura…
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No querían los padres del Sr. Hebrar que
este ejerciera su profesión, pero el no podía consentir en continuar siéndoles
gravoso más tiempo y al fin consiguió de ellos que le compraran la farmacia de
D. Eusebio Segura, establecida en la calle del Desengaño. Desde el primer
momento el Sr. Hebrar pudo hacer el despacho con la facilidad y soltura de
quien tiene verdadero habito porque , en efecto, el practico asiduamente
durante su carrera y por el solo afán de instruirse con el Sr. Jover, en su
oficina de la Corredera alta de S. Pablo, donde adquirió gran suma de
conocimiento practico que entonces, como todavía ahora desgraciadamente, solo
pueden aprenderse en las oficinas de farmacia a lado de entendidos y
escrupulosos profesores.
En verdad que no le favoreció la suerte a
comenzar el ejercicio de su profesión, pues la oficina que tomó a su cargo el
Sr. Hebrar estaba en la mayor postración y todos sus gigantescos esfuerzos,
juntamente con las condiciones que
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reveló desde el principio de ilustrado y
celoso profesor, severo en el cumplimiento de su sagrado deber, no fueron
bastantes a levantarla de su abatimiento profundo, y a despertar el espíritu
indiferente del público que concurría poco a ella, y es que en Madrid, si
no se toma desde luego una oficina de fama y moda, o se pone de nueva planta
con deslumbrante lujo y atractivos oficiales que llamen positivamente la
atención de la multitud impresionable, bien puede asegurarse, sin temor de
errar, que no prospera ningún profesor, por grandes ventajas que ofrezca en
otros más laudables conceptos.
Desanimado, pues, el Sr. Hebrar al ver
que su constancia y su trabajo le daban tan escaso fruto, solicito y obtuvo la
vacante de farmacéutico del Real patrimonio de S. Fernando, el 30 de junio de
1890, sin valerse de más influencias, ni haber empleado otros medios, que
acompañar a la solicitud su brillante hoja de estudios.
Pero antes de contar como pasó la vida el
Sr. Hebrar en el Real sitio de S. Fernando, voy a referir un hecho, por todo
extremo original y notable, que le acaeció mucho antes de tras-
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ladarse a su nuevo destino y que el mismo
me lo dijo.
En una hermosa tarde de marzo de 1848, un
caballero de buen porte entro en la oficina del Sr. Hebrar y enterado de que
este era el dueño de ella le participo que necesitaba hablar con el
reservadamente. Pasaron a una habitación independiente, donde el desconocido,
después de contar una historia de amores, suplico primero y exigió mas tarde,
con temerarias amenazas, que se le facilitara un abortivo para salvar una
situación comprometida, a lo que se negó digna y resueltamente el Sr. Hebrar,
haciéndole entender al demandante que no lo complacía por sentimientos de
honradez y humanidad, pero nunca por temor a responsabilidades de ninguna
suerte que al fin eran problemáticas y que puesto había ya probado a otros
farmacéuticos con igual resultado, se excusara de comprometer a más porque nada
conseguiría, lo que el le garantizaba por todos anticipadamente.
No sabemos si irritado por esto o porque
de todas maneras fuera su intención, es lo cierto que estando aquel hombre se
dio a conocer como Jefe de Orden público, comprobándolo con la
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insignia correspondiente se exhibió y
puso al Sr. Hebrar su termino de tres horas para que pensara y se decidiera,
previniéndole que, de insistir e su negativa, seria preso aquella misma noche y
deportado a día siguiente con varios conspiradores políticos. El Sr., Hebrar le
contesto que diera por cumplido el plazo y lo prendiera desde aquel momento
para ganar tres horas de adelanto en su asquerosa, pero incivil? Venganza y el
Jefe de Orden público se salio aconsejándole, con el mayor del enfado, que
recapacitara fríamente y prometiéndose quedar servido al volver.
Por aquellos días precisamente había
surgido el movimiento liberal que desde su origen quedo ahogado en Madrid e
imperaba el feroz absolutismo de los moderados que tan triste celebridad dio a
los Sartorius y Narvaez y entonces bastaba cualquier infame delación para que
el hombre más honrado y pacífico fuera arrojado y conducido como criminal a
Fernando Po. El Sr. Hebrar lo pensó muy despacio y decidió prepararse para tan
largo y penoso viaje antes que manchas de
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aquel modo su conciencia.
Salio a la oficina con la preocupación
consiguiente a situación tan grave, pero firme en su propósito de negativa y al
ser interrogado por el practicante, hombre joven pero sesudo y experimentado en
los duros trances de la vida, le contó lo que pasaba, manifestándole su
irrevocable resolución. El practicante que comprendió el riesgo inminente y
seguro que corría su principal, concibió un medio de salir por lo pronto del
apuro y, ¿ muy juiciosas observaciones para preparar el animo de este, se
lo participo
Consistía el medio propuesto en hacer
unas píldoras de miga de pan exclusivamente y dárselas a aquel enfant terrible
cuando volviera, idea que rechazo el carácter inflexible del Sr. Hebrar, quien
no quería prestarse ni de mentirijillas, a ser cómplice de una infamia, ni a
engañar sentamente al policía, pero el practicante insistió y, después de
grandes esfuerzos para argüir hasta en el terreno de la mortalidad, consiguió
que al fin transigiría aquel integro profesor momentos antes de expirar el
bárbaro emplazamiento del jefe de orden publico, y el mismo Sr. Hebrar hizo
diez pil-
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doras de la referida masa, que al
tomarlas luego el interesado le pregunto si eran buenas y producirían el efecto
apetecido, a lo que contesto con laconismo el Sr. Hebrar: “seguramente, son
infalibles”.
El Sr. Hebrar no quería haber mentido
inocentemente ni para salvarse de un peligro cierto y no mintió, porque al día
siguiente muy temprano el héroe de aquel atentado brutal corrió con salvaje
satisfacción a darle las gracias por el magnifico resultado de sus píldoras, al
tomar la octava de las cuales se había verificado el aborto con toda facilidad.
Atónito y perplejo quedo el Sr. Hebrar
sin decir una sola palabra; y abrumado bajo el enorme pero de aquel delito que
gravitaba como losa de plomo en su inmaculada conciencia analizo el pan de
donde había hecho las píldoras y ni encontró vestigios de ¿ En el, ni nada
capaz de producir remotamente tan deplorable resultado. Un poco tranquilo con
esto, pero sin perdonarse nunca haber contribuido siquiera inconscientemente,
es decir, sin intención a tan punible delito, quiso publicar el caso en la
prensa y ¿ la terrible acusación sobre el verdadero culpable: pero D. Nemesio
Sollana, a quien es seguida se lo dijo todo, le hizo desistir de
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tal propósito no sin gran trabajo.
¿Con cuanta fe tomaría la mujer en cuestión
aquella inerte sustancia y que ? influiría en su animo la idea del aborto para
que este tuviera lugar en efecto? Tales anomalías no tiene explicación fuera de
la misteriosa fuerza moral. Este caso es digno de citarse por los médicos y los
psicólogos como aquel famoso del criminal que, convencido de recibir la muerte
por una sangría abierta perfectamente simulada, murió en efecto sin que le
sacaran una sola gota de sangre.
En San Fernando el Sr. Hebrar no tardo en
conquistarse las simpatías del vecindario, la confianza de los compañeros
médicos y el aprecio y consideración de los jefes, así de la facultad en
la Real Botica, como de las administrativos de la dependencia, quienes mas de
una vez le devolvieron las cuentas que presentaba por que el quería hacer un
descuento en la tasación de recetas que aunque le consintieran, diciéndole que
el Patrimonio tenia muy buen dinero para no mendigar ni admitir ningunas
rebajas, y amonestándole que en lo sucesivo se abstuviera de ofender así los
altos sen-
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(falta el original)
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línea de Madrid a Zaragoza para obtener
lo cual no se dio punto de reposo, haciendo continuos viajes a la
capital, donde sus gestiones con notables personajes, a cuya consideración
podía ostentar títulos legítimos por los servicios prestado, hicieron que
alcanzar ese grande triunfo.
El Sr. Hebrar instalo en nuevos locales
de los mas recomendables condiciones las escuelas de instrucción primaria de
ambos sexos, mejora que le valió una comunicación atenta de la Junta Provincial
de Instrucción Publica de Madrid, fecha 15 de Diciembre de 1864, dándole las
gracias por el celo, actividad y entusiasmo que desplegaba a favor de la
enseñanza. El reglamento la policía urbana y la higiene, cortando rutinarios
abusos y practicas viciosas, reñida con la cultura que a aquel pueblo llevaba
un elemento oficial ilustrado y relativamente numeroso. El introdujo
provechosas reformas en los servicios públicos y los intereses locales ganaron
mucho con su recta administración, la que organizo sabiamente salando los
presupuestos con respetables sobrantes que dedicaba al hornato de la población
y otras importantes mejoras.
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Como farmacéutico adquirió gran crédito y
reputación por la bondad de sus medicamentos y el esmero y pulcritud con que
los preparaba y hacia despacho, sin que en ninguna ocasión diera motivo a
censuras ni quejas de nadie. Estaban, en fin, contentos con el y lo respetaban
mucho en S. Fernando y el también se encontraba satisfecho allí, no obstante
que perdió su capital entre los inmensos gastos que siempre hacia de su
bolsillo en sus viajes como Alcalde, un hijo que libro de la suerte de soldado
y tuvo también estudiando algún tiempo, reveses inopinados de fortuna y, sobre
todo, un falso amigo de quien salio garante por una respetable cantidad que el
Sr. Hebrar hubo de pagar luego. A pesar de todo esto estaba a gusto, repito en
S. Fernando y esperaba resignado mejores tiempos para reponerse de los
descalabros sufridos, cuando vinieron los sucesos de Septiembre del 68 y con
ellos la supresión del cargo oficial que desempeñaba en Patrimonio, quedando
cesante por virtud de oficio del Ministerio de Hacienda, fecha 17 de Junio de
1869.
Sin la ayuda del sueldo que disfrutaba
como empleado en el Real Patrimonio y mermado considerablemente el vecindario de
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S. Fernando, de donde se retiro el
elemento oficial y gran numero mas de habitantes al perder aquella población la
realeza y con ella grande importancia y valiosos recursos, el Sr. Hebrar que ya
tenia cuatro hijos, aunque una de las hembras, casada con un médico, no podía
subsistir allí y con harto sentimiento suyo tuvo que ir pensando en buscar otro
partido, dirigiendo para ello sus miradas a la hermosa Andalucía.
Resistió, a pesar de todo, en S. Fernando
hasta el año 72 en que solicito la vacante de farmacéutico, que al caso vio
anunciado el los periódicos profesionales, del pueblo de Navas de S. Juan,
provincia de Jaén, y viose gratamente sorprendido por un oficio de Alcalde del
mismo, fecha 30 de Diciembre, en que se le notifico el nombramiento de titular
que en el había recaído, de entre los diez aspirantes del concurso y sin tener
en cuenta más meritos, ni recomendaciones que los arrojados por su expediente.
Este era un buen partido puesto que a parte de 500 pesetas de asignación solo
por la residencia, se le pagaban mensualmente los medicamentos que consumieran
200 familias pobres, y era una población de mas de mil vecinos, donde, a mayor
abundamiento, no había mas farmacéutico que el, así que el Sr.
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Hebrar aprovecho tan buena ocasión e hizo
su traslado.
En Navas de San Juan, de donde es natural
y está actualmente establecido quien escribe estas líneas, fue perfectamente
recibido el Sr. Hebrar y bien pronto se gano todas las voluntades y adquirió
estimables afecciones, creándose una reputación de honrado laborioso y severo
farmacéutico, esclavo de su deber y por todo extremo escrupuloso en el
cumplimiento del mismo que trascendió a los pueblos cercanos, de donde también
venían por medicamentos a la oficina del Sr. Hebrar que estaba también surtida
y gozaba de tanto crédito como las más afamadas de las ciudades más importantes
de la misma provincia.
Aquí fue donde yo conocí al Sr. Hebrar, y
tuve ocasión de apreciar sus excelentes prendas de ciudadano y sus notables
condiciones de farmacéutico, haciendo mi aprendizaje en su oficina y bajo su
inteligente dirección. El puritanismo más acrisolado, los más sabios y
rigurosos preceptos, las máximas mas eruditas y morales, en teoría; y en la
practica, el más cuidadoso esmero, la mas limpia pulcritud, los procedimientos
más expeditos, el modo
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más hábil para el fácil manejo de los
instrumentos, y utensilios necesarios en el ejercicio de la farmacia, eso era
el cuerpo de su sana doctrina profesional, esa la saludable y provechosa
enseñanza que ofrecía, dando para todo ¿ y precisas reglas.
Celoso por la bondad de sus medicamentos,
el preparaba cuantos buenamente podía y no usaba ninguno de los que por fuerza
tenia que adquirir del comercio hasta convencerse de que reunían las mejores
condiciones, después de minuciosos ensayos. Trabajador infatigable, hasta las
pastillas y los emplastes que exigen operaciones tan molestas y engorrosas y
que en tan ventajosas condiciones se ofrecían por el comercio, los preparaba el
Sr. Hebrar con una constancia y un empeño verdaderamente admirables, porque de
otro modo no le inspiraban la menos confianza.
En este pueblo, donde lo pasaba
perfectamente y era de todos estimado como hombre y por todos admirado como
profesor, se le despertaron los más ardientes deseos de irse a Madrid, su adorado
pueblo, donde quería pasar el resto de su existencia y esperar tranquilamente
la muerte. A pesar de haberse creado aquí tan intimas afecciones
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con el casamiento de dos de sus hijos en
condiciones muy aceptables no llego a colmarse su ? por su patria , sino que
creciendo y exaltándose mas cada día, pasó a ser en el una verdadera manía, de
la que nada ni nadie basto a sacarle.
El tiempo pasaba , sin embargo, y no se
le presentaba la ocasión oportuna de trasladarse porque sin duda pensó, muy
acertadamente por cierto, que era peligroso a sus intereses dejar un buen
partido, donde positivamente estaba asegurado su porvenir, para aventurarse en
Madrid, donde era más que dudosos, ya a sus años que ganara tan siquiera lo
bastante a satisfacer las necesidades de la vida que resulta tan cara en dicha
población; y es más que probable que ya no se hubiera ido nunca a la Corte, por
razón de esas ? y dificultades, cuando, por otra parte, en las Navas le retenía
el cariño de sus hijos, si un contratiempo no viniera a tumbar su tranquilidad
y a avivar sus constantes deseos, algo adormecidos entonces por la absoluta
imposibilidad de realizarlos favorablemente.
Un ignorante Juez municipal se considero
ofendido por
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el Sr. Hebrar con motivo de no haber
despachado este una receta para un caso judicial hasta que le pusieron el sello
de la Alcaldía, lo que hizo ya escarmentado de que aquella autoridad, como tal
y particularmente también, le enviara recetas cuyo importe luego no satisfacía
en ningún caso; y al encontrarse por casualidad en la calle, pasados algunos
días de esto el farmacéutico y el Juez municipal, este dio las quejas al
primero por haber desairado su firma y atendido la del Alcalde. El Sr. Hebrar
disculpo como mejor pudo, pero, tomándolo acaso el Juez como señal de debilidad
insistió en sus cargos que encontró imprudentemente hasta el punto de que aquel
se ?, contestándole, ya con dureza, para echarle en cara que otras veces no
solo no le había pagado medicamentos que mando despachar para heridos, sino que
tampoco los que había llevado para su familia. Entonces fue Troya; se
insultaron mutuamente y el Sr. Hebrar parece que amenazo con pasar a vías de
hecho, lo que no tuvo valor ni dignidad para resistir el Juez y llamo
cobardemente a un alguacil ya decrepito, que casi no oía ni veía ni entendía y
que con toda seguridad no pudo, por la
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distancia a que se encontraba, ver ni oír
nada de aquello y echando mano del socorrido ejercicio de la autoridad, lo puso
por testigo de que el Sr. Hebrar le había ultrajado.
El Juez, con desdoro de todo noble
miramiento, formulo la oportuna comparecencia; fue incoado el proceso
correspondiente y aquel digno profesor, tan celoso del cumplimiento de sus
deberes; aquel ciudadano honrado tan amante de la sinceridad y de la justicia;
aquel respetable anciano que en todo el transcurso de su vida observo la mas
irreprochable conducta y solo había recibido prueba de estimación y afectuosos
plácemes de todo el mundo por su virtud acrisolada, vio su noble y generosa
frente torpemente mancillada por vez primera con el estigma ignominioso de una
infame causa que cayo con inmensa pesadumbre sobre su corazón sensible y
delicado ni mas ni menos que si hubiera delinquido cual odioso criminal y fuera
merecedor de aquel repugnante sambenito.
Con las primeras diligencias de su
injusto proceso coincidieron unas elecciones de Diputados a Cortes, en las
cuales tenia comprometido su voto por los parciales de la candidatura del Sr.
Cas
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telar el hijo de nuestro biografiado, a
quien el representante de la Ley le ofreció, por medio de tercero, romper lo
escrito y no llevar adelante aquel enojoso asunto si daba su sufragio al
candidato ministerial que era el.
Esta transacción fue natural y dignamente
rechazada, siguiendo, en sus consecuencias, su curso aquella mal ? causa que ,
a vuelta de mil crueles sinsabores, valió al Sr. Hebrar una condena de
veintitantos meses de prisión, alguno cientos de pesetas de multa y pago de las
costas procesales, por virtud de sentencia dictada en primera instancia, que
afortunadamente no se hizo firme.
Llevada a plenario causa tan
improcedente, la Audiencia del territorio, inspirada en altos sentimientos de
justicia pero gracias también a valiosas influencias, borro la nota infamante
con que el Juzgado de La Carolina quiso ? la limpia honra del Sr. Hebrar y
devolvió a este y a su atribulada familia la tranquilidad de que tan
necesitados estaban, acordando el
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libre sobreseimiento declarando de oficio
los gastos de una causa, que, a no haber tenido tan feliz termino positivamente
hubiera costado la vida al Sr. Hebrar, quien supe que tenia resuelto su
suicidio para el momento en que se le hubiese compelido a extinguir la condena.
Esta brillante reparación, este elocuente
triunfo no fue poderoso, sin embargo, a quebrantar la decisión del Sr.Hebrar
nuevamente elaborada en su espíritu durante el curso del proceso, de
trasladarse a Madrid, lo que llevo a cabo con imperturbable voluntad y sin
atender ya entonces a consideraciones de familia, a respetos de amistad, ni
siquiera tampoco a la conveniencia de sus propios intereses, porque atropello
por todo y no tuvo en cuenta nada mas que su afán irresistible, su impaciencia
vehemente, su raro capricho, en fin, impropio de sus años e injustificable a su
edad.
De nada sirvo que recibiera tan numerosas
felicitaciones en el pueblo, por la justa victoria alcanzada; el contento
general del mismo por este satisfactorio resultado, y el unánime disgusto que
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manifestó el saber las gestiones que para
marcharse practicaba el Sr. Hebrar; nada pudieron contra la irrevocable
resolución de este los ruegos de su triste esposa, que conocía la ligereza con
que aquel obraba y lo descabellado de sus planes; nada alcanzo el amor de sus
hijos que se quedaban y el cariño que siempre profeso a sus nietos; no bastaron
argumentos de personas ilustradas, ni consejos prudentes de sinceros amigos;
todo fue inútil. Los más potentes esfuerzos se estrellaron contra la voluntad
granítica del Sr. Hebrar que impertérrito en su propósito firme dijo: “A Madrid
por todo”, y a Madrid se fue, comprando en el una oficina muy acreditada y a
cuyo frente estaba un sabio profesor de nombre ilustre , pero que tenia muy
poco despacho.
En la oficina del Sr. Argenta que, por
sus razones impertinentes de este sitio, no llego a tomar el nombre del Sr.
Hebrar, continuo este con su laboriosidad incansable, su constante celo y el
acierto y competencia de siempre, ejerciendo su honrosa profesión hasta los
ultimos momentos de su azarosa vida, no obstante que en los ultimos años se
había quebrantado sen-
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siblemente su importante salud, lo que
inspiraba serios temores a su apesadumbrada familia que estuvo en incesante
alarma siempre, por tener el ultimo convencimiento de que aquella traidora
enfermedad que minaba la existencia de un ser tan querido y lo tenia en tan
profunda postración y abatimiento físico, acabaría por darle bien pronto el
terrible golpe final y conducirle a la eterna mansión de los justos, donde ya estará
gozando la santa calma que busco en este mundo inútilmente.
El Sr. Hebrar hizo siempre de su sagrado
cargo un verdadero sacerdocio. Aunque la farmacia no había sido su vocación,
después que empezó a estudiarla despertó sus decididas aficiones y mas tarde su
grande cariño que le ha dedicado con entusiasmo ardiente, consagrándose a su
ejercicio tan largos años y con tanta satisfacción de todos aquellos a quienes
ha prestado sus estimables servicios con exquisita delicadeza.
No era rudo ni descortés con el público
sino cariñoso y atento pero sin pecar de amanerado y adulador, pronunciándose
siempre en rebeldía contra las costumbres viciosas e inmorales de fascinar
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el impresionable espíritu de las gentes
ridículas charlatanerías para explotar su ignorancia y su buena fe; y jamás
consintió en prestarse a fáciles complacencias, cuando le consultaban sobre que
medicamento seria mejor para tal dolencia, pues siempre se negaba rotundamente
a informar en estos casos; estableciendo, en cambio, el deslinde preciso de
atribuciones entre médicos y farmacéuticos y declarando con plausible
sinceridad, que le honraba, su perfecta incompetencia para evacuar esa clase de
consulta, advirtiendo de paso los peligros que eso ofrecía cuando algún
farmacéutico tuviera la censurable debilidad de atender indebidamente esas
inoportunas exigencias; explicaciones que daba con la deliberada intención de
que sirviera de enseñanza al publico, para que este se abstuviera de ir a las
farmacia con pretensiones, haciendo desaparecer así su motivo constante de
eterna perturbación y disgusto entre ambas profesiones. A todos aplicaba un
argumento general y terminante cuando le iban con consultas. ¿Va U., decía, en
casa del zapatero por un pantalón, en casa del sastre por una azada, ni en casa
del
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herrero por una montera?
Siempre ajeno a rivalidades indignas y
mezquinos pugilatos de clase, ha procurado con espíritu conciliador y reflexivo
? los mejores procedimientos para colocarse en el medio mas justo, a fin de
establecer vínculos estrechos de armonía y concordia, y conseguir la suspirada
unión a que ha dedicado nobles esfuerzos, con envidiable alteza de miras y
prudente tacto, sin aventurar nunca opiniones ni juicios que no hayan sido
depurados antes en el crisol de su inteligencia procelosa.
Su palabra y su pluma han estado al
servicio de los intereses profesionales, aunque pocas ocasiones ha tenido de
levantar la primera, a parte de sus relaciones con el público, y es preciso
decir en honor de la verdad, que ha andado bastante perezoso en esgrimir la
segunda, lo que ofrecía raro contraste con su activa laborosiedad en la
oficina. Sin embargo, aunque pocos, ha publicado notables escritos en la prensa
profesional, especialmente en El Restaurador farmacéutico, y recuerdo haberle
oído referir unas
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de una vez que debió a uno de ellos,
publicado, me parece que en EL Semanario farmacéutico, la honra del
nombramiento de socio corresponsal de este ilustre Colegio, en donde, al
trasladarse a Madrid, hubiera hecho resonar, muchas veces sin duda, su voz
elocuente tomando parte en sus brillantes lides, a los que era muy aficionado y
para los cuales tenia notable habilidad y condiciones aventajadas; hubiera
prestado, repito, su estimable concurso en los habilísimas tareas de este
glorioso Colegio, a venir a Madrid bajo otros auspicios; mas joven y con la
cabal salud de que ya no disfrutaba desgraciadamente, pue en realidad nunca se
vio libre de achaques en este punto. Tengo entendido que el Colegio le nombro
individuo corresponsal en sesión ordinaria de 21 de Junio de 1861, por indicación
(pues entonces parece que esto solo bastaba) del en aquella razón Secretario D.
German Martínez, también de fausta memoria; y el oportuno diploma que se le
expidió, tiene fecha de 1º de Julio del mismo año.
No estaba engalanado, por derecho, con la
púrpura doctoral quizás debido a su despreocupación, pero de hecho demostró en
Casio-
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nes estar sobradamente enriquecido con
conocimientos mas amplios aunque los que se exigen en las pruebas académicas
necesarias para obtener tan honrosa investidura. Es mas, tuvo en cierta época
ocasión legal, sin más que por un pequeño desembolso, de haber cangeado el
titulo de Licenciado por el de Doctor, y, aunque muchos se lo aconsejaron, y lo
hicieron, el no quiso tomar honores que no había ganado en justicia.
Sus notables artículos publicados en el
Restaurado, el ultimo de los cuales vio la luz en el numero 1, correspondiente
al 19 de Enero de este año y que llego a Madrid cuando ya no existía el Sr.
Hebrar, están consagrados a la defensa de los derechos profesionales; a
procurar la unión de las clases médicas, y a combatir toda suerte de abusos, de
inmorales ingerencias y de repugnantes intrusismos extraños; cuestiones todas
que tratan con notable lucimiento y competencia, haciendo frecuentes y
oportunas citas en latín de máximos eruditos, tomadas de los sabios clásicos
antiguos y de los cuales poseía un caudal abundante, así como de los aforismos
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Con que los hombres ilustres de otros
días enriquecieron las ciencias en que trabajaban, y a los que tan grandes
adelantamientos llevaron.
El Sr. Hebrar sostenía también las
gloriosas tradiciones ordenancistas pero no estaba conforme con la tasa y en
sus conversaciones y en sus escritos ha sido esforzado paladín de las leyes
sanitarias defendiéndolas con ardor juvenil y demostrando con argumentos de
gran fuerza, la conveniencia de su observancia e incondicional acatamiento. Era
igualmente defensor de la limitación de oficinas y llevaba en muchos casos su
modestia hasta invitarnos a empeñar con el discusiones sobre estos asuntos, de
los que si no salíamos siempre vencidos y maltrechos por sus valientes argumentaciones
y su brillante dialéctica, no era debido ciertamente a nuestras fuerza, que son
harto escasas, sino a que hemos tenido la suerte del acierto en abrazar causas
mejores, según nuestro humilde criterio, que aquellas defendidas por el Sr.
Hebrar, sin duda con honradas convicciones y noble sinceridad, pero que
careciendo de bondad y asentan-
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dose sobre tan deleznables bases, no
pueden resistir los ¿ más benignos de una crítica severa y razonadora.
Amante de lo antiguo venerando, aceptaba
también todo lo nuevo digno de respeto, sin ser en nada sistemático, y lo ha
permanecido estacionario nunca, sino que, al tanto de los sorprendentes
progresos científicos de nuestros tiempos, admiraba a los que le tratábamos
verle como manejaba y desenvolvía todas las teorías modernas, con la misma
asombrosa facilidad que recitaba el rico arsenal de aforismos latinos que
aprendió en su edad temprana y que por ser tanta su afición a la elegante
lengua del Lacio, conservo a través de los tiempos en su memoria, no tan feliz
en otros conceptos, para que siempre constituyeran el bellísimo ornamento de
los amplios conocimientos que atesoraba aquella esclarecida inteligencia.
Voy a terminar pronto, señores
colegiales, y conozco que ya es harta razón hacerlo, pero no quiero dejar de
consignar un hecho notable que demuestra elocuentemente hasta que punto llegaba
el celo exquisito con que el Sr. Hebrar ejerció siempre su honroso ministerio,
hecho tanto mas laudable cuanto que tuvo lugar en los ul-
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timos tiempos de su vida, en que por sus
años y sus achaques debio considerarse relevado de tomarse tales molestias y
cuidados tan minuciosos, que quizás no nos tomamos los que nos vemos en la
plenitud de la existencia. El hecho, que me ha referido su inteligente
practicante, es que, volviendo el de paso, ya muy entrada la noche, encontró el
Sr. Hebrar ensayando muy afanoso una mezcla de azúcar y ? que se le pedía en
una receta, lo que practicaba para cerciorarse de que el azúcar en cuestión no
contuviera algo de glucosa para evitar, en contrario caso, los peligros que
pudieran no prevenir de que la glucosa hiciera pasar a ¿, aquella sal
mercuriosa. Ejemplos de esta naturaleza, me dice el practicante, eran muy
frecuentes; y, en efecto, que yo también podría citar algunos observados por
mi, pero no quiero molestaros más cuando, por otra parte el que dejo referido
es expresivo y elocuente en demasía.
¡Descanse en paz el sabio profesor, el
honrado ciudadano, el cariñoso amigo, y dignase compartir este recuerdo tierno
que consagro a su triste memoria, con la sombra querida de su hija malograda,
cuya hermosa imagen aun forma mi dulce embeleso¡
Navas de S. Juan, 20 de Abril de 1884. F.
Carrasco