jueves, 28 de noviembre de 2019

"Ramón de la Sagra y la enseñanza de la agricultura en la Cuba de Fernando VII", por Eduardo Montagut Contreras



Por Eduardo Montagut Contreras. Doctor en Historia Moderna y contemporánea.Publicado en Los Ojos de Hipatia el 25 de agosto de 2019

En este artículo nos acercamos la labor de Ramón de la Sagra en relación con la enseñanza de la agricultura en la Cuba de la época de Fernando VII a través del proyecto de la Institución Agrónoma de La Habana.


El gran impulsor de la Institución Agrónoma de la Habana fue, como hemos manifestado, Ramón de la Sagra, director del Jardín Botánico, de la Sociedad Económica de la ciudad y personaje polifacético. Al parecer, los primeros intentos de poner en marcha esta institución datan del año 1825. Se pretendía fundar un instituto agrícola donde se enseñase, además de la botánica, la práctica de la agricultura. Sagra defendió la necesidad de creación de una hacienda modelo como escuela de agricultura donde enseñarse y practicarse la nueva ciencia agronómica, así como la crianza de animales y el régimen económico de contabilidad, refiriéndose, seguramente, a una explotación agrícola siguiendo criterios económicos.

Por otro lado, nuestro protagonista estaba muy interesado en los progresos de la fabricación del tinte del añil en la isla de Cuba con un experimento de siembra del arbusto leguminoso en el Jardín Botánico, la publicación de un informe y de una memoria en el año 1827. Dos años después, se remitieron al Gobierno en Madrid muestras de los añiles fabricados. El profesor de química, José Luís Casaseca recomendó la calidad de estas muestras, y la necesidad de establecer una fábrica por cuenta de la Administración en las cercanías de la ciudad cubana. Como consecuencia, se otorgó una Real Orden el 10 de noviembre de 1829 autorizando al Intendente para que tomara medidas para promover esta fabricación. El día 22 de abril de ese mismo año se publicó otra Real Orden para que se estableciese en las cercanías de La Habana una Institución agronómica o Escuela práctica de agricultura. Se pensó que en esa institución podían ensayarse los cultivos de añil, por lo que podían confluir las dos iniciativas paralelas, concluyendo en la definitiva creación de la institución agrónoma y el cultivo y fabricación del añil, por acuerdo de la Junta Superior gubernativa de la Real Hacienda de junio de 1831, ratificado por el rey el 13 de septiembre del mismo año.

La escuela o institución no prosperó, a pesar de los esfuerzos iniciales de Ramón de la Sagra en los años 1832 y 1833, de los que dejó constancia en las Memorias de la Institución Agrónoma de la Habana. Las causas fueron varias. En primer lugar, Francisco Hilarión Bravo, en el informe pedido por la Real Sociedad Económica Matritense de Amigos del País sobre estas Memorias, nos habla del cólera morbo como una de ellas. Por otro lado, Jacobo de la Pezuela, nos aporta un análisis más pormenorizado sobre el fracaso. En primer lugar, a pesar del trabajo del impulsor, éste se ausentó junto con otros impulsores muy pronto. Sabemos que Sagra regresó a Europa en el año 1835. Pero, además, no debe subestimarse la cuestión de la carencia de recursos económicos, agudizada por el estallido de la guerra carlista. Habría que esperar al año 1860 para que se pusiese en marcha la enseñanza agrícola en la Isla.

En todo caso, nos interesa el plan de enseñanza que se quiso implantar, obra de nuestro protagonista. Ramón de la Sagra comenzó a montar todo lo necesario para poner en marcha una institución educativa ambiciosa, aspecto que es el que más nos interesa como estudioso de la enseñanza de la agricultura en la crisis del Antiguo Régimen. En primer lugar, acondicionó los terrenos para el cultivo del añil en las inmediaciones de los Molinos del Rey en la falda del castillo del Príncipe. De la Sagra deseaba difundir la instrucción entre los labradores y formar individuos capaces de poder administrar las fincas en Cuba. Las razones por las que los alumnos debían ser internos eran varias. La primera tenía que ver con el problema del mantenimiento personal de los mismos. Si se pretendía generalizar esta instrucción para toda la isla, sería muy oneroso para muchas familias mantener a sus hijos en La Habana, mientras estudiaban en la escuela. Además, podía preocupar a muchos padres mandar lejos de su tutela a sus hijos por los posibles “peligros” para su conducta y muchos de ellos, viéndose libres, podía dejar de asistir a la escuela. Pero había otra razón de peso y de carácter pedagógico. Como la enseñanza tenía, tanto una vertiente teórica como práctica, además del aprendizaje de la economía rural y de una serie de conocimientos necesarios para completar su formación, se hacía indispensable que estos alumnos permaneciesen constantemente en la institución.

Los alumnos realizarían las tareas agrícolas, se educarían y recibirían la manutención y alojamiento adecuados. Se pretendía aplicar un modelo en donde los alumnos compensarían los gastos con su propio trabajo.

El autor del plan pensó que debía comenzarse con una matrícula de veinte jóvenes, hijos de labradores, de entre catorce y veinticinco años de edad, con buena salud y conducta, así como disposición para el estudio, requisitos comunes a los que hemos visto en otros proyectos en España, pero nada se decía de contar con requisitos de naturaleza académica porque, se permitía el ingreso de alumnos que no supieran leer ni escribir, por lo que había que habilitar medios para enseñarles. Esta amplitud de criterios buscaba, sin lugar a dudas, cumplir con el objetivo de extender la enseñanza agrícola que pretendía De la Sagra, además de demostrar su realismo, ya que, era muy lógico pensar que muchos hijos de labradores no tuvieran una formación básica. Para que avanzaran en el conocimiento de la agricultura, mientras los alumnos no supieran leer y escribir, el director les explicaría verbalmente los trabajos agrícolas y los inconvenientes de seguir prácticas rutinarias no basadas en una moderna agricultura, así como los peligros, por otro lado, de innovar y modificar sin estar sustentados en principios demostrados. Estas conferencias se convertirían en una especie de curso preparatorio. Por lo que podemos intuir, la mayor parte de los alumnos que esperaba encontrar nuestro protagonista se encontraría en esta situación, ya que Sagra afirmaba que mientras no supieran leer y escribir no se abrirían las clases de agricultura, propiamente dichas.

Los estudios durarían cuatro años, con el compromiso de asistencia a clase y al trabajo agrícola práctico correspondiente. El cumplimiento de esta condición les garantizaría la enseñanza, el alojamiento y el mantenimiento gratuitos, incluyendo la asistencia médica en casos no excesivamente graves.

El currículo de enseñanzas, una vez que se superase el analfabetismo, incluía asignaturas de religión, aritmética y contabilidad de partida doble, geometría práctica, dibujo lineal y topográfico y levantamiento de planos. El dibujo sería una materia fundamental en la escuela, al detallarse la importancia del conocimiento espacial del terreno a vista de pájaro y los perfiles o cortes de los mismos. Pero, además, se pensaba que los alumnos tenían que saber copiar diseños y modelos de instrumentos agrícolas, seguramente, para poder conocerlos mejor a la hora de emplearlos. Precisamente, había que instruir a los alumnos en el empleo de los utensilios modernos en agricultura.

En días alternos se enseñaría horticultura y botánica descriptiva, así como las aplicaciones prácticas que las ciencias aportan a la agricultura, como era la elaboración de azúcar, aguardiente, añil, aceite, almidón y productos lácteos. Pero es interesante comprobar que para De la Sagra era fundamental que este aprendizaje práctico debía acompañarse con la adquisición de conocimientos teóricos en física y química porque permitirían explicar esos procesos de transformación. La enseñanza se completaría con el cuidado de los animales, así como con el conocimiento de los abonos y estiércoles.

La escuela estaría dotada con una biblioteca con obras de cada una de las ciencias agrícolas y auxiliares, en relación con las materias que se enseñasen en la escuela. Había que suscribirse a dos periódicos científicos europeos que tuvieran relación con la agricultura. Habría que dotar un gabinete de instrumentos para los experimentos de física y química relacionados con la agricultura. En este gabinete se contaría con una especie de estación meteorológica, ya que dos alumnos tenían que llevar un diario de observaciones meteorológicas.

Otra dependencia imprescindible sería la sala de los aperos, como arados, rastras, etc, de los empleados en varios lugares y que pudieran ser introducidos en Cuba. Si se hacía complicado obtener estos instrumentos y máquinas, al menos se podía contar con diseños, que se podían emplear, además, para las clases de dibujo.

Una vez terminados los estudios, los alumnos realizarían unos exámenes públicos que, una vez superados, les permitirían adquirir un título que mencionaría los conocimientos adquiridos y demostrados, así como su conducta y carácter.

Bibliografía y fuentes:

Memorias de la Institución Agrónoma de la Habana por don Ramón de la Sagra, Madrid, 1834.
Pezuela, J. de la, Diccionario geográfico, estadístico, histórico de la Isla de Cuba, Madrid, 1863, Tomo III, p.265.
Emilio González López, Un gran solitario: Don Ramón de la Sagra, La Coruña, 1983.
Alberto Gil Novales, Diccionario Biográfico del Trienio Liberal. Madrid, 1991, p. 596-597.
Archivo de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, ARSEM, legajo 326/15. El informe es del año 1835.

Ramón de la Sagra fue hijo de Don Lorenzo Miguel Martínez de la Sagra o Lorenzo Sagra (San Esteban del Puerto -Santisteban del Puerto-, 7 de mayo de 1.741), vecino de La Coruña.
Don Lorenzo comerció con las Indias y desempeñó oficios públicos en la ciudad: Maestro Racionero de Baixeles de S. M., miembro del Real Consulado de La Coruña, Síndico Personero del Ayuntamiento de La Coruña…
Se casó con Antonia Rodríguez Periz, natural de San Agustín de la Florida US, y tuvieron cinco hijos.